Life
Chiara Luce Badano, una vida luminosa
Chiara Badano nace en Sassello el 29 octubre 1971. Esperada por mucho
tiempo, es unica hija, y recibe de su familia una fuerte educacion
cristiana. Llena de talentos, bella y deportista, tiene muchisimos
amigos.
Se adhiere al Movimiento de los Focolares cuando tiene tan solo
nueve años; allì descubre Dios como Amor, y lo convierte en su ideal de
vida.A los 17 años, golpeada por un terrible tumor, lo enfrenta apoyandosecompletamente en Dios, tambien en los momentos mas duros. A quienes se acercan, comunica alegria y serenidad.
En un clima de «extraordinaria normalidad», donde Cielo y Tierra parecen
encontrarse, Chiara advierte que el fin està llegando, y se prepara
como para un casamiento.
Fallece al amanecer del 7 octubre 1990. Poco antes, se habia despedido de su mamà diciendole: «Que seas feliz, porquè yo lo soy».
Muy pronto su testimonio de vida se difundirà en todo el mundo.
Chiara Luce Badano fuè proclamada beata en 2010..
Pocos dias despues, asì la recuerda Papa Benedetto XVI:
«Creo que todos ustedes sepan que el sabado 25 septiembre, en Roma, fuè declarada beata una chica Italiana de nombre Chiara, Chiara Badano. Los invito a conocerla: su vida no fuè larga, pero es un mensaje
maravilloso. Chiara nació en 1971 y murió en 1990, por causa de una
enfermedad incurable.
Diecinueve años llenos de vida, de amor, de fè. Dos años, los ultimos, llenos tambien de dolor, pero siempre en el amor y en la luz, una luz que iluminaba a su rededor, y que llegaba de adentro: desde su corazon lleno de Dios. Como es posible todo esto? Como puede una chica de 18 años vivir un sufrimiento asì, humanamente sin esperanza, difundiendo amor, serenidad, paz y fè? Claramente es una gracia de Dios, pero esta gracia fue preparada y acompañada tambien por medio de ayuda humana: la colaboracion de Chiara misma, sin duda, pero tambien la de su padres y amigos (…)
La infancia
Chiara Badano nace a Savona el 29 octubre 1971,
vive en un pequeño pueblito en el interior de la Liguria: Sassello.
La mamá María Teresa y el papá Ruggero recuerdan:
Nos casamos a los 26 años y nuestro deseo más grande era tener hijos, pero tuvimos que esperar once años. Ruggero no concebía el casamiento sin hijos, y cuando se encontraba con amigos que ya los tenían, sufría mucho; pero seguía rezando, también en el camión durante sus largos viajes de negocios. Por enésima vez pidió la gracia en un Santuario de nuestra diócesis, y así fue.
Con su nacimiento advertimos en el alma que Chiara no era solo hija nuestra, ante todo era hija de Dios y, como tal, teníamos que hacerla crecer respetando su libertad. Con su llegada sentimos más fuerte la gracia del sacramento del matrimonio: esta hija completaba nuestra unión y aumentaba el amor entre nosotros.
Chiara nace en una familia simple. Es hija única y de sus padres recibe una educación cristiana sólida, más en el buen ejemplo y el amor que en prohibiciones y reproches. Tiene una personalidad generosa, extrovertida, dulce y al mismo tiempo decidida.
María Teresa, la mamá, cuenta una pequeña anécdota:
Chiara tenía muchos juguetes. Un día, mientras jugaba en su habitación,
le digo: «Es cierto, tienes muchos juguetes de verdad…» Y ella responde:
«Si». Le propongo entonces de regalar algunos a los niños pobres. Y
ella decidida responde: «No, ¡son míos!» Así que volví a la cocina. Pero
al rato escucho su vocecita: «Esto sí, esto no, esto sí, esto no…»
Curiosa, vuelvo a su habitación: Chiara estaba dividendo los juguetes en
dos montones separados, y al final me pide una bolsa de la compra. Se
la llevo y ella empieza a llenarla. «Chiara, ¡pero esos son los nuevos!»
le digo. Y ella: « ¡A los niños pobres no se pueden regalar juguetes
viejos!».
Tenía tan solo cuatro años.
Chiara crece bella y sana, profundamente amada por los padres y en particular por los abuelos maternos, renacidos por este gran gozo.
Alrededor de los nueves años y medio realiza un encuentro fundamental por su vida: conoce el Movimiento de los Focolares, fundado por Chiara Lubich.
Es la primavera del 1981 y Chiara participa con sus padres al
Familyfest, un gran encuentro internacional que se organizó al PalaEur
de Roma: el descubrimiento de que “Dios nos ama inmensamente” afectará
profundamente, no solo las relaciones familiares, sino también las
relaciones con sus amigos y compañeros de clase.
“Empezamos nuestra aventura, con el Evangelio entre las manos haremos cosas poderosas”
escribían Chiara y su amiga Chicca a Chiara Lubich, empezando juntas su
camino como gen (la expresión juvenil del Movimiento de los Focolares).
Cada punto de la espiritualidad focolarina se convierte para Chiara
en fuente de inspiración: tanto para orientarse en elecciones
importantes como para solucionar los pequeños y los grandes problemas de cada día, descubriendo las infinitas maravillas del Evangelio vivido.
Chiara está fascinada por la fraternidad entre los miembros del movimiento,
por su universalidad, y por el esfuerzo de su propios miembros en
concretizar las enseñanzas Evangélicas.
Escribió algún tiempo más tarde:
Redescubrí el Evangelio… Yo antes no era una cristiana autentica porque no lo vivía hasta el final. No quiero y no puedo quedarme analfabeta de tan extraordinario mensaje. Ahora quiero hacer de este magnífico libro el único fin de mi vida
El 17 de junio de 1983, en su primer Congreso Gen3, junto a muchos otros niños de todo el mundo, toma papel y lápiz y escribe a Chiara Lubich:
Para mí, este ha sido el primer Congreso y, debo decirlo, ha sido una experiencia maravillosa, he redescubierto a Jesús Abandonado de una manera especial, lo experimenté en cada prójimo que pasó por mi lado.
Recuerda Chicca:
Creo que fue decisivo un video de Chiara Lubich que nos mostraron cuando todavía éramos niñas. En un momento Chiara Lubich respondió a corazón abierto una pregunta de las Gen, confiándoles su secreto, Jesús Abandonado. E invitaba a levantar la mano a quienes estuvieran dispuestas a elegirlo como su “primer esposo” de su propia vida. Y Chiaretta lo hizo, como yo y como tantasotras: inmediatamente, con un ímpetu que todavía recuerdo.
La adolescencia
Más allá de su notable sensibilidad espiritual, Chiara es una chica como cualquiera: alegre, animada, extrovertida y reservada al mismo tiempo. Una verdadera deportista: practicaba patinaje y tenis; amaba la montaña, pero le encantaba el mar.
En Sassello tiene muchos amigos con los cuales se junta con frecuencia
en el Bar Gina. Muchos le confían dudas y dificultades, encontrando en
ella una extraordinaria capacidad de escucha, sensibilidad y una
profundidad verdaderamente especial para una adolescente.
A la mamá, que le pregunta si con ellos cada tanto habla de Dios, ella
responde decidida: “No tengo que hablar de Jesús, se lo tengo que
entregar”. “Y, ¿cómo?” le pregunta María Teresa. Ella: “Primero con mi
actitud de escucha, luego con mi forma de vestir, pero sobre todo con mi
manera de amar”.
Chiara en este recorrido de madurez humana y espiritual es acompañada
por otros jóvenes: en particular por aquellos de la Generación Nueva del
Movimiento de los Focolares (apodados gen por la fundadora). Son muchas
las ocasiones de encuentro con ellos, en un clima de unidad
profundísima, con libertad y respeto absoluto en el contarse las
experiencias de vida, los progresos y las dificultades vividas en el
concretizar el amor evangélico.
Una relación que crece con el paso del tiempo, y cada excusa para
profundizarla es buena: llamadas, mensajes, fiestas, viajes, encuentros
de profundización espiritual…
María Teresa cuenta: “Un día, regresando de uno de estos encuentros, Chiara llega a casa sin su reloj de pulsera. Le pregunto: « ¿Perdiste tu reloj? No – responde ella – lo puse en la cesta de la comunión de bienes para los pobres». Me sorprendí y le dije que no podíamos comprar otro, pero ella tranquilamente me dice: «No pasa nada», y yo ya no lo pensé más. Después de unos días el abuelo paternal, que pensaba hacerle un regalo, le preguntó si tenía un reloj, y ella sin muchas explicaciones le responde que no. Entonces el abuelo le da dinero y le dice: «Con este dinero ve a comprarte un reloj». Cuando el abuelo se fue, nos miramos y Chiara me dice: «Mamá, mi reloj ya volvió». Tenía once años.
Chiara es atenta y disponible con todos, desde la compañera de clase
enferma hasta los abuelos que necesitan asistencia, desde los marginados
del pueblo a los vagabundos que se encuentra en la calle cuando vuelve
de la escuela.
En el periodo de Navidad, durante una visita con su
clase al asilo de ancianos de Sassello, le quedó impresa en su cabeza
una mujer chiquitita, con grandes ojos y una hermosa sonrisa: abuela
Esperanza.
Con frecuencia iba a hacerle compañía y le ayudaba en cosas practicas
– recuerda la mamá– la peinaba, le limpiaba la cara, le acomodaba la
cama… Durante estas visitas abuela Esperanza le contaba muchas
fábulas, entre todas la del deshollinador que a ella tanto le gustaba.
Quise encontrarla también yo, y la primera cosa que me dijo fue: «Tu
hija no es de este mundo…». También mi mamá, observando a Chiara, me
repetía esto a menudo.
Su vida sigue con normalidad, para ella no hay diferencia entre ricos y
pobres, entre los que le caen bien y los que no. Conoce la gratificación
y el sufrimiento como otros. Un gran sufrimiento para ella fue la
mudanza desde su querida Sassello a Savona, para empezar la escuela
secundaria.
En el primer año de segundaria sufre un gran dolor: suspendió de forma inmerecida por incomprensiones con una profesora.
Pero a pesar de dificultades como esta, las tribulaciones de la
adolescencia y la decepción por un amor que terminó cuando recién nacía,
Chiara siempre se proyectó hacia los que le pasaban al lado, buscando
transformar el odio en amor. No siempre lo lograba, y entonces decía que:
“Siempre se puede recomenzar”.
La enfermedad
Ce à quoi tu ne t'attends pas.
Verano 1988: a los 17 años la enfermedad de Chiara deja a todos sorprendidos.
Tras un fuerte dolor en el hombro se le cae la raqueta de tenis mientras juega un partido con amigos. En un primer momento los médicos creen que se trata de una costilla rota y le prescriben unas infiltraciones. Pero el problema no se resuelve, y cuando los médicos profundizan en los análisis el veredicto no deja muchos márgenes de esperanza: sarcoma osteogénico con metástasis.
En febrero de 1989 la primera intervención en Turín.
Después de veinte días, durante un examen específico en el Hospital pediátrico Regina Margherita, el médico informa a Chiara acerca de la gravedad de su enfermedad.
la mamá recuerda:
“La esperaba, pero los minutos pasaban y se transformaron en horas, hasta
que a través de la gran ventana de la habitación la vi volver. Caminaba
muy lentamente con su abrigo verde, las manos en los bolsillos y su
papá que la seguía un paso atrás. Justo cuando abre la puerta le
pregunto: «Chiara, ¿cómo te fue?»; pero ella, con cara decepcionada y
sin mirarme, responde: «Ahora, no hables – por dos veces – Ahora, no
hables». Y se deja caer en la cama.
Aquel silencio era terrible, yo
quería decirle muchas cosas, «verás, tal vez… eres joven…» pero sentía
que debía que respetar lo que ella me pedía.
Yo la miraba: tenía los
ojos cerrados, pero me daba cuenta mirando su rostro de toda la lucha
que ella estaba haciendo dentro de sí. Muchas veces dijo su sí a Dios,
pero en la alegría; ahora se lo tenía que decir en su dolor más grande,
pero no lo lograba.
En un estante arriba de la cama había un pequeño
reloj. Después de veinticinco minutos que parecían infinitos, ella se
dio la vuelta y me miró, y con su sonrisa de siempre me dice: «Mamá,
ahora, puedes hablar».
Pensaba dentro mío: “Jesús, ahora Chiara dijo
su propio sí pero, ¿cuántas veces tendrá que repetirlo, cuántas veces
caerá?” Chiara gastó veinticinco minutos a decir su sí, y nunca dio
vuelta atrás”.
Después de los primeros ciclos de quimioterapia empieza a perder el uso de las piernas. Un día pregunta a María Teresa: “Mamá, ¿no caminaré más? Me encantaba ir en bicicleta…” Y ella: “No te preocupes, si Jesús te quitó las piernas, te pondrá alas”.
Mientras tanto se adelanta, siempre más vivido, el presentimiento de la muerte:
“Mamá, ¿es justo morir a los 17 años?”
Le pregunta un día. Y María Teresa:
“No lo sé. Solo sé que lo importante es hacer la voluntad de Dios, si este es su diseño sobre de ti”.
oco después Chiara sufre una grave hemorragia. Está en peligro de vida y pregunta a la mamá:
“¿Crees que será una falsa alarma, o que me iré?”
Y la mamá:
“No lo sé Chiara, para irse se necesita el tiempo de Dios; pero quédate
tranquila, ya tienes tu maleta lista, llena de actos de amor, y solo
cuando sea el momento Jesús te tomará de las manos y te dirá: “¡Ven,
ahora nos vamos!”
Chiara le pidió que no le soltara la mano, y la mamá la tranquiliza:
“No te preocupes, la dejaré sólo cuando sienta que la agarró la Virgen”.
Los amigos hacen turnos de oración a lo largo de toda la noche. Los
médicos tienen dudas, no saben si dejarla morir o practicarle una
transfusión; los padres están perdidos, en el medio de esta duda atroz,
sin lograr entender qué es mejor para su hija. Dentro de poco son los
médicos los que deciden si seguir con las curas. Chiara vivirá todavía
un año. Otros meses que serán decisivos por ella.
el pequeño teléfono de su habitación se transforma en el instrumento
esencial a través del cual hace circular nueva vida, reflexiones de
alma, comunica y recibe sentimientos de cercanía. En aquel periodo
Chiara Lubich propone a los jóvenes de todo el mundo un nuevo movimiento
internacional y en el congreso de fundación de los Jóvenes por un Mundo
Unido, resuenan palabras que dejan una marca en hospital donde Chiara
sigue en cama:
“Se necesitaba aquel sufrimiento (de Jesús en la cruz), aquel dolor para
redimir el mundo – dice Chiara Lubich– Se necesita también nuestro
sufrimiento para formar un mundo unido (…) Vivir a “medias tintas” es
demasiado poco para un joven que tiene una vida sola: se requiere algo
grande… Dios les propone algo grande: a vosotros el compromiso de
aceptarlo”.
Es la experiencia que Chiara Luce está cumpliendo; de esta forma
continúa viviendo y ofreciendo cada nueva dificultad estando presente de
mil maneras. Por medio de la antena parabólica puesta en el tejado de
casa puede asistir en vivo al Genfest (un evento al cual participan
jóvenes de todo el mundo que se desarrolla en Roma en mayo de 1990).
También África está siempre en su corazón: entrega el dinero recibido
por sus dieciocho años a un amigo que se está por ir en Benín: “A mí no
me sirve, ya lo tengo todo”, comenta.
Chiara vive todo lo que le pasa con sencillez y una profundidad
impresionante: en aquella habitación lo místico y lo sagrado adquieren
la normalidad de lo cotidiano, y lo ordinario de una santidad
extraordinaria. Como siempre habla poco de su enfermedad, pero a
cualquiera que se le acerque comunica serenidad, paz, alegría.
Simplemente, Chiara sigue amando: a los padres, los médicos, las
enfermeras, los amigos… También cuando – como escribirá a Chiara
Lubich – “la medicina depuso las armas”.
Es siempre María Teresa la que habla:
“Recuerdo que cuando dejamos Turín para volver en Sassello, nos paramos
como de costumbre en un autogrill (una estación de servicio que se
encuentra por las carreteras italianas). Chiara, que en general bajaba
con su padre a comprar algo, también esta vez hizo el gesto automático
para bajar, pero se dio cuenta que ya no lo podía lograr, y con un tono
neutral dijo: «¡Ah, claro! Ya no puedo caminar más…». Frente a estas
palabras sentí que moría, y estando sentada detrás de ella, le puse mis
manos en sus hombros y los apreté con fuerza, buscando calmar mi grito de dolor”.
Y papá Ruggero añade:
“Seguramente ella ofreció también este dolor a Jesús, en aquel momento
tan precioso, porque allí se dio cuenta que nunca más hubiera podido
caminar. Esto es algo que me golpeó mucho porque fue también para
nosotros un momento muy duro; pero viendo como ella lo vivía nosotros no
podíamos quedarnos a nuestro nivel humano, hecho de tristeza y
preocupaciones, ya que ella siempre quería estar, quedarse junto a
nosotros, en aquella dimensión que podríamos definir humano-divina. Lo
que siempre nos ayudó en estos años fue la presencia de Jesús entre
nosotros, el intento de ofrecerLe este dolor, así como pudiéramos, los
tres al mismo tiempo pero cada uno por su propia cuenta: para que Él nos
diera la fuerza. Y se sentía esta serenidad, el vivir en una dimensión
sobrenatural: te pasan cosas, pero no logras entenderlas hasta el final.
Pensándolo de vuelta hoy en día, tenemos que decir que aquellos fueron
los dos años más bendecidos por Dios para nuestra familia: Jesús nos
hizo vivir algo extraordinario, tan extraordinario que tampoco lo
podemos explicar”.
muy escasas. Las visitas al hospital de Turín son cada vez más
frecuentes. En el “Regina Margherita” se alternaban los y las gen, y
muchos otros amigos del Movimiento para dar apoyo a ella y a su familia.
detalle de su enfermedad, y por cada nueva dolorosa sorpresa ella nunca
vacila.
“¡Por ti Jesús: si Tu lo quieres, yo también lo quiero!”
confía sus descubrimientos y oscuridad del alma. La fundadora del
Movimiento le escribe:
“Dios te ama inmensamente y quiere entrar profundamente en tu alma, y hacerte experimentar gotas de cielo. Chiara Luce es el nombre que pensé para ti; ¿te gusta? Es la luz del Ideal que vence al mundo”.
Los últimos tiempos
Con el empeoro de la enfermedad se necesitaría intensificar la administración de morfina, pero Chiara Luce la rechaza.
El 5 de octubre, aún muy cansada, logra despedir por última vez las
muchas personas que pasaron por su habitación para oír noticias sobre
ella, en particular los jóvenes, a los que siente que debe pasar el
testigo como en las Olimpiadas, porque como recuerdan las palabras de
Chiara Lubich:
“Los jóvenes son el futuro: tienen una vida sola, y vale
la pena gastarla bien”.
Un rato después con un gesto invita la mamá a acercarse:
“¡Adiós Mamá! Que seas feliz, porque yo lo soy”.
Papá Ruggero, desde el otro lado de la cama, pregunta si este propósito
vale también para él, y ella asiente con una sonrisa. Serán sus últimas
palabras, pero no su último acto de amor. En cuanto a Chiara donó sus
propias córneas, la única parte de su cuerpo que el tumor no golpeó.
Chiara Luce Badano muere a las 4:10 am del 7 de octubre 1990. A su
funeral, celebrado por el Obispo Monseñor Maritano, los conjuntos Gen
Rosso y Gen Verde tocan las canciones que ella eligió: la iglesia está
desbordada de cientos y cientos de personas, y casi todo el pueblo
recorre el camino que lleva al pequeño cementerio, donde será enterrada
en la capillita de familia.
Un gran ramo y un telegrama fue entregado a los padres por Chiara Lubich:
“Le damos gracias a Dios por esta brillante obra maestra”.
Para profundizar en la vida de Chiara, puedes leer el libro «En mi estar, vuestro caminar. Vida y pensamientos de Chiara “Luce” Badano».
“Me quita lucidez y yo puedo ofrecer a Jesús sólo el dolor”, afirma decidida
Papá Ruggero se queda regularmente impresionado, casi no puede creer
la determinación y la serenidad que su hija demuestra también en los
momentos más difíciles. A veces la espía por la cerradura, para estar
seguro de que no esté actuando para hacer menos dolorosa la vida de sus
padres: y ella está allí, siempre serena, y a veces la escucha cantar.
“Entro, y mirando el desorden que había alrededor me di cuenta de que fue una noche terrible noche. Ruggero me señala para que no hable porque Chiara hace poco que se había quedado dormida. Me apoyé en la pared, cerca de ella, y tenía el rostro tan pálido que ya parecía muerta. La
miro en silencio, pero ella ya había oído mi llegada, y con un esfuerzo
enorme intentó sonreírme. Entonces le pregunté qué fue lo que pasó, y
ella me responde: « ¡De todo, de todo mamá! Pero sabes, no he
desperdiciado nada, tampoco – dice juntando el pulgar y el índice– ni
siquiera esto de dolor. Ofrecí todo, todo a Jesús». Entonces me di la
vuelta hacia Ruggero, y verdaderamente sentíamos, mirándonos, que
hubiéramos tenido que ponernos de rodilla frente a esta hija: para
admirar y agradecerle a Dios las maravillas que estaba cumpliendo en su alma”.
En otro momento de profundo sufrimiento físico confía a su mamá:
“Jesús elimina mis manchas con blanqueador para sacar también los
puntitos negros, y el blanqueador quema. Así, cuando llegue al paraíso,
seré blanca como la nieve”. Y sigue: “Ves, ya no me queda nada, pero
tengo todavía mi corazón, con el cual puedo amar”.
Don Lino, el cura que le asiste, le lleva cada día la eucaristía: para
Chiara aquello es el momento más esperado de su jornada. Siente que el
fin se acerca. Se prepara, y prepara a los que están a su lado. Con la
amiga Chicca elige las canciones que quiere para su funeral. Le gustaría
que fuera una fiesta, y organiza cada detalle: las flores, el peinado,
el vestido para sus padres y el suyo también: blanco, como el de una
esposa… A su mamá le revela:
“Cuando me vaya al paraíso tú y papá escribirán la experiencia que vivimos juntos, y se la entregaran a los demás”. Y en otro momento recomienda: “Cuando me preparares tendrás simplemente que repetir ‘Ahora Chiara Luce ve a Jesús’”